En el tejido rico y complejo de la Biblia, la palabra “potestad” se alza como un faro que ilumina las complejidades del poder divino y su interacción con la humanidad. Es un concepto que trasciende la mera fuerza física o autoridad terrenal, adentrándose en el ámbito de la influencia sobrenatural y la capacidad de actuar en el mundo de acuerdo con la voluntad de Dios. Este poder, otorgado por Dios, no es un privilegio exclusivo de los ángeles o seres celestiales, sino que también se extiende a los seres humanos, especialmente a aquellos que se alinean con el propósito divino.
La Potestad de Dios: La Fuente de Todo Poder
La Biblia nos presenta a Dios como la fuente primordial de toda potestad. Su poder es infinito, omnipresente y trascendente. Es la fuerza que creó el universo, sostiene las estrellas en sus órbitas y regula el flujo de la vida en la tierra. En el libro de Génesis, Dios crea el mundo con una sola palabra: “Sea la luz” (Génesis 1:3). Esta simple frase ilustra la inmensa potestad que reside en Dios.
Esta potestad no se limita a actos de creación. Dios también la utiliza para guiar, proteger y restaurar a su pueblo. En Salmos 147:5, se dice: “Grande es nuestro Dios, y poderoso; su entendimiento es infinito”. La potestad de Dios se manifiesta en su sabiduría, justicia, amor y misericordia. Es un poder que busca el bien de su creación, y que no se impone de manera arbitraria, sino que se despliega con un propósito claro y amoroso.
La Potestad Concedida a los Seres Humanos: Un Reflejo del Poder Divino
Aunque la potestad de Dios es incomparable, Él también otorga poder a los seres humanos. Este poder, sin embargo, no es un poder absoluto, sino que está “sujeto” a la voluntad y a los propósitos de Dios. El apóstol Pablo, en Romanos 13:1, nos recuerda que “toda autoridad viene de Dios”. La potestad que los seres humanos reciben no es un poder independiente, sino una delegación del poder divino.
Un ejemplo claro de esta potestad delegada se encuentra en la historia de Jesús. Él, siendo Hijo de Dios, recibió poder para sanar enfermos, expulsar demonios y hasta controlar la naturaleza. En Mateo 28:18, Jesús declara: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Esta potestad le permitió realizar milagros, predicar el evangelio y vencer a la muerte, transformando la vida de las personas y desafiando el poder del mal.
La Potestad en el Nuevo Testamento: Un Poder Transformador
En el Nuevo Testamento, la palabra “potestad” adquiere un significado aún más profundo. Se refiere no solo a la autoridad y la fuerza, sino también a la capacidad de actuar con una influencia espiritual que puede transformar la vida de las personas. Los creyentes en Jesús reciben el Espíritu Santo, que es una fuente de poder para vivir una vida dedicada al servicio de Dios y a la construcción del Reino de Dios en la tierra.
El apóstol Pablo, en Efesios 3:20, nos recuerda que “Ahora bien, a aquel que puede hacer muchísimo más que todo lo que pedimos o pensamos, según el poder que opera en nosotros, a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” Esta cita nos habla de un poder que reside en los creyentes, un poder que puede realizar cosas que superan nuestra comprensión humana, un poder que proviene de la fuente misma de la potestad, Dios.
Ejemplos de Potestad en la Biblia
La Biblia está llena de ejemplos de cómo la potestad se manifiesta en la vida de personas que se alinean con el propósito de Dios:
- Moisés: Recibió la potestad de Dios para liberar al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Su vara se convirtió en una serpiente, y pudo dividir las aguas del Mar Rojo.
- David: Aunque era un joven pastor, recibió la potestad de Dios para derrotar al gigante Goliat. Su fe en Dios lo llevó a confiar en su poder para enfrentar la batalla.
- Elías: Fue un profeta que recibió la potestad para realizar milagros, como hacer que lloviera después de una larga sequía y sacar fuego del cielo.
- Jesucristo: Como ya se mencionó, Jesús recibió la potestad de Dios para realizar milagros, sanar enfermos, expulsar demonios y vencer a la muerte.
Potestad en la Vida del Creyente: Un Llamado a la Acción
La potestad de Dios no es una fuerza pasiva, sino una fuerza activa que nos llama a vivir vidas transformadas por su poder. Los creyentes en Jesús reciben el poder de Dios para enfrentar los desafíos de la vida, resistir las tentaciones del mal y compartir el evangelio con otros.
En 1 Corintios 1:24, Pablo escribe: “Mas a los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios.” Esta cita nos recuerda que la potestad de Dios es accesible a todos aquellos que confían en Cristo. La potestad no es algo que se recibe pasivamente, sino que se activa mediante la fe, la obediencia y la entrega a la voluntad de Dios.
Consecuencias de la Potestad: Una Responsabilidad Mayor
Al recibir la potestad de Dios, los seres humanos también asumen una responsabilidad mayor. El poder que se nos concede debe ser utilizado para el bien, para la construcción del Reino de Dios y para el servicio a los demás. No debemos usar nuestra potestad para la opresión, la venganza o la satisfacción de nuestros deseos egoístas.
En Mateo 20:25-28, Jesús dice: “Ustedes saben que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los grandes ejercen autoridad sobre ellas. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su esclavo. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.”
Conclusión: La Potestad, Un Don Divino para la Transformación
La potestad, como se presenta en la Biblia, es un concepto que trasciende la mera fuerza física y la autoridad terrenal. Es un poder divino que se manifiesta en la creación, la guía, la protección y la restauración de su pueblo. Los seres humanos, al confiar en Dios y alinearse con su propósito, pueden recibir una parte de esta potestad, la cual les permite vivir vidas transformadas y servir a Dios en el mundo.
La potestad no es un arma para la dominación o la opresión, sino un don para la transformación y el servicio. Es un poder que nos llama a vivir vidas llenas de amor, compasión, justicia y esperanza, a fin de que el Reino de Dios se manifieste en la tierra.