Un Mandato Divino
La Gran Comisión, como se conoce popularmente, “Id y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15), no es una sugerencia, es un mandato directo de Jesucristo a sus seguidores. Es una llamada a la acción, una misión específica que se extiende a cada individuo que se reconoce como cristiano. No es una tarea para unos pocos elegidos, sino una responsabilidad compartida por todos los que han experimentado la gracia transformadora de Dios.
La palabra “id” no es un llamado a la pasividad, sino a la acción. Implica salir de nuestra zona de confort, abandonar la comodidad de nuestras comunidades y adentrarnos en el mundo con el mensaje de esperanza que encontramos en Jesús. La palabra “predicad” no se limita a la proclamación verbal, sino que abarca toda forma de comunicación que transmita el mensaje de amor, perdón y redención que ofrece el Evangelio. La frase “a toda criatura” no excluye a nadie, ni por su origen, creencias o condición social. Es un llamado a compartir la Buena Nueva con todos los seres humanos, sin importar su idioma, cultura o perspectiva.
Un Mensaje de Esperanza
El Evangelio, en esencia, es un mensaje de esperanza. Es la noticia de que Dios, a pesar de nuestra humanidad imperfecta, nos ama incondicionalmente y nos ofrece una relación personal con Él a través de Jesucristo. Es la noticia de que nuestras vidas pueden ser transformadas, nuestras cargas aliviadas y nuestro futuro asegurado por la gracia de Dios. Es la noticia de que la muerte no tiene la última palabra, porque la resurrección de Jesús nos da la esperanza de una vida eterna.
Comparar el Evangelio a un regalo es una analogía que ilustra su valor. Un regalo se disfruta más cuando se comparte, y la alegría de conocer a Jesús se multiplica cuando lo compartimos con otros. El Evangelio no es un tesoro que debemos guardar para nosotros mismos, sino un bien que debemos compartir con generosidad. Cada persona que recibe el mensaje de salvación es un testimonio del poder transformador del amor de Dios.
Un Mandato Actual
Aunque el mandato de la Gran Comisión se dio hace siglos, sigue siendo tan relevante hoy como en el pasado. El mundo necesita desesperadamente la esperanza que ofrece el Evangelio. Estamos viviendo en una época marcada por la incertidumbre, la violencia y la desolación. Las personas buscan sentido a sus vidas, respuestas a sus preguntas y consuelo para sus dolores. El Evangelio es el único mensaje que puede ofrecer estas cosas.
La proliferación de las redes sociales y la globalización han creado nuevas oportunidades para compartir el Evangelio. Tenemos a nuestro alcance herramientas y plataformas que nos permiten conectar con personas de todo el mundo. Podemos compartir el mensaje de esperanza a través de publicaciones en línea, videos, podcasts y otras formas de comunicación digital. También podemos ser embajadores del Evangelio en nuestras comunidades locales, construyendo puentes de amor y reconciliación con nuestros vecinos.
Testimonio y Servicio: Un Compromiso Integral
La Gran Comisión no es un desafío que se cumple solo con palabras. Es un llamado a la acción que abarca nuestras vidas en su totalidad. Debemos ser testimonios vivientes del Evangelio, mostrando el amor de Dios en nuestras acciones, en la forma en que tratamos a los demás y en la forma en que vivimos nuestras vidas.
El servicio es otra forma importante de vivir la Gran Comisión. Podemos servir a los necesitados, compartir nuestros recursos con los menos afortunados y trabajar para mejorar el mundo que nos rodea. Al servir a los demás, reflejamos el amor de Dios y demostramos la transformación que Él puede producir en nuestras vidas.
Un Viaje de Fe
La Gran Comisión no es un viaje fácil. Encontraremos resistencia, oposición y rechazo. Pero también experimentaremos la alegría de ver vidas transformadas y el gozo de saber que estamos participando en la obra de Dios. El camino de la Gran Comisión es un camino de fe, de confianza en el poder de Dios y en el valor del mensaje que llevamos.
Al abrazar la Gran Comisión, nos convertimos en participantes activos en el plan de Dios para la humanidad. No somos meros espectadores, sino embajadores del Reino de Dios, llamados a llevar el mensaje de esperanza y redención a un mundo que lo necesita desesperadamente. Es un viaje que requiere valentía, compromiso y perseverancia, pero las recompensas son infinitamente mayores que los desafíos que enfrentamos.